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El Dolor: Guayasamín

Hasta que el destino nos alcance

Expresión y dolor

Publicado: 2020-05-12


He llorado más de 10 veces en menos de dos semanas. De impotencia, al enfrentarme a mis propios miedos, mis anarthas dirían los monjes hindú, aquello que te atormenta, y no genera tranquilidad, paz, trascendencia, pero eso no es nada ante el dolor que puede causarte la pérdida de vidas cercanas a tu entorno. 

Cuando presenciamos un acontecimiento, que tiene cierta distancia de nuestro entorno cercano, solemos interpretarlo desde la lejanía, como algo que ocurre marginalmente a nuestras vidas, diría que hasta objetivamos dicha situación como externa a nosotros, lo que amilana el dolor sobre lo ajeno, que se transforma en indiferencia, como si viviéramos en islas independientes y no como sociedad.

Ya aquellas épocas donde el dolor del otro por la pérdida de un ser humano, también era en parte de nuestro dolor parece haber acabado, sucumbido ante la frialdad de la lejanía, una especie de necrofobia.

Nuestra herencia cultural occidental nos aleja, nos hace objetivar dicha cuestión, y bajo el sentimiento de objetividad o cosificación, se oculta el fantasma de la indiferencia, el que sostiene que mientras no me toque a mí, ni a mi entorno, aquella situación es lejana, inexistente.

Para algunos, el contexto actual, las muertes, la enfermedad, se convierte en acontecimiento conspirativo, cuento armado del gobierno, de las élites y de los illuminati, y una que otra estupidez, que no es más que el reflejo de la lejanía, de la indiferencia, de la poca empatía. De hecho, idealizamos esta situación para evitar sentir dolor, para propugnarnos como contraculturales, en un supuesto sistema que nos engaña, junto a medios de comunicación, estados, médicos, todos pagados por un grupo económico, etc.

Otros intentan esconderse culpando al otro, como si fuera mera voluntad de una persona contagiarse y luego morir. Existe lejanía en esa premisa, colocamos en la marginalidad de nuestro ideario al otro que rompen las reglas para glorificarnos a nosotros mismos de haberlas cumplido. Pero sin embargo, lo hacemos y enunciamos desde la comodidad de nuestro hogar, con la seguridad de un trabajo, sueldo y algo que comer.

Es cierto existe capacidad de agencia, esto es la capacidad de decidir qué hacer (salir o no salir), y en muchos casos existen irresponsables que justamente guiados por la indiferencia, por la lejanía, el inafecto, hacen gala de su egoísmo, para ellos la enfermedad es lejana y con ello la muerte, hasta que los alcanza.

Pero a algunas personas nos les queda opción, su capacidad de decisión está supeditada a la misma condición que ha generado el sistema en que vivimos y en el que además contribuimos marginando doblemente.

No voy a tirar la culpa al sistema, hoy no tiene relevancia, en un contexto donde lo más importante es la esperanza. Sería alejarme nuevamente de los acontecimientos, porque deslindarnos, al mismo estilo de Pilatos, es muy fácil para evitar sentir culpa.

El rasgo solidario solía ser considerada al menos en el pensamiento la mera característica del ser humano, hoy nuestros afectos se ponen en juego y comprobamos en parte lo fríos, indiferentes y egoístas que somos.

No pretendo que lloremos por los otros, por los desconocidos, pero que ocupemos el lugar de ellos, de sus seres queridos, de su angustia, del dolor al que están ahora expuestos, podría generar cambios sustanciales dentro de nuestro propio accionar, de nuestro entendimiento del otro. El sentir al otro nos transforma, el sentir su alegría, su tristeza, es un abrazo a la distancia que invita a la reflexión.

Siento dolor ahora, voy perdiendo familiares, padres de mis amigos, vecinos, seres que de una u otra manera intervienen directa o indirectamente en la vida de uno.

El padre de mi amigo, no lo conocí, pero lo siento a partir de la relación de amistad con mi amigo. Mi vecino el zapatero murió, pero recordaré tras esos lentes el reflejo de una mirada de paciencia, acogedora y siempre dispuesta a solucionar o remendar cualquier asunto más allá de mi propio zapato. Porque fuera de una transacción de oficio, de un intercambio económico frio y desinteresado, existe algo más, la confianza, el saludo, las conversaciones cortas, el preguntar como estas, cómo te sientes, un gracias a Dios, un que Dios te bendiga y un gracias, que hacen sentir la cercanía, y que la ausencia de las mismas genera también dolor. Me desgarra el desprendimiento de sus propios hijos al ver alejarse el cuerpo de su padre, sin poder rendirle los homenajes respectivos.

Mis tías cuyas sonrisas y voces tendré siempre presente, además de ciertas alegrías expresadas en las fiestas familiares que parecían patronales, los huaynos y carnavales, las mordidas de nariz, sus voces, las grandes disposiciones al llegar sus casas, sus comidas cálidas, no podré decirles adiós con los rituales, no besaré más sus mejillas al despedirme, cada situación me duele.

Hoy he dejado de objetivar, de sentir lejanía, porque me siento afectado, y no deseo ser el objeto de otras personas, que miran desde lejos marginalmente el dolor, no hay palabras, ni saludos en estos momentos que puedan compensar la magnitud de la confusión que ataca el ser por todos los frentes.

Uno se siente solo, encapsulado en el tiempo, y también en su habitación. Mi amigo quien acaba de perder a su padre me dice que las cosas parecen no tener sentido, en realidad no lo tienen, y ese sin sentido, con tufo a incertidumbre es la productora de angustia. Quizá necesitamos angustia para entender la lejanía y su producción de indiferencia y egoísmo, quizá sea el único camino para la comprensión del otro y de su dolor, quizá sintiendo dolor podríamos cambiar en parte.

Este escrito es un intento de entender mi propia condición, pero también de expresar lo que siento, lo que pienso, aunque quizá mucho no tenga sentido, o en muchas cosas no tenga razón, lo hago desde el dolor, desde la afectación, de querer encontrar una manera de psicologizarme para evitar la depresión, la locura y una mayor angustia.

La verdad tengo miedo, de seguir perdiendo seres queridos, de morir, el destino me ha alcanzado, y ahora me encuentro nuevamente, como hace 23 años, cuando mi madre murió, perdido en las cercanías de los rastros de la muerte, recogiendo sus pasos, llorando las vidas, presenciando despedidas, siendo partícipe de los designios caprichosos de algún Dios.


Escrito por

Erick Aldy

Sociólogo, MG. Antropología Social


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