El más allá de la informalidad
“La autoridad pregunta, dime carita sucia
si es cierto lo que dice, y cesa de llorar,
el niño le responde, es cierto mi sargento
robe un ovillo de hilo, para así hacer llegar…
A mi blanca cometa, hacia el azul del cielo
allá donde se ha ido, mi adorada mamá”
Cuando escucho a Lucha Reyes interpretar una carta al cielo (extracto al inicio de este escrito) o cuando leo a Víctor Hugo y recuerdo a Jean Valjean robando pan para alimentar a sus parientes, no puedo dejar de pensar en las deficiencias estructurales del sistema en el que vivimos, y del sistema que presenció Víctor Hugo para poder escribir “Los miserables”. Un sistema excluyente en toda su magnitud, que lleva a las personas a cometer actos a veces inexplicables para la sociedad “normal”, y cuyos fines suelen ser a veces los más nobles, pero también un síntoma de disconformidad y de alcanzar aquello que se nos ha prohibido estructuralmente, la oportunidad y la felicidad.
Sin embargo, este escrito no quiere ahondar sobre la canción de Lucha Reyes ni la gran obra prima de Víctor Hugo, sino de un acontecimiento que viene generando diversas reacciones en las redes sociales.
Pese a que pasaron aproximadamente como 5 días, desde que en el exclusivo distrito de San Isidro, fiscalizadores le arrebataron -como mero ladrones- su canasta de panes a una mujer ambulante, no podía dejar de escribir esta pequeña y humilde reflexión sobre el asunto.
Es interesante encontrar cuando uno lee un artículo en las redes sociales, el cúmulo de comentarios que se pueden expresar entorno a él, creo que conocer la opinión de la gente en relación a un escrito y leerlo no ha tenido precedentes.
Lo comentarios suelen ser en ese sentido parcializados, algunos llenos de ira, otros de indignación y otros de un total desconocimiento sobre el asunto. Esto he logrado percibir al leer los diversos artículos en distintos medios informativos, en relación a los fiscalizadores que le arrebataron su canasta de pan a la vendedora ambulante en San Isidro.
Comentarios condenatorios tanto para los fiscalizadores como brutos y ladrones (que ya fueron separados del municipio), como para la señora que representante de la informalidad y la indisciplina social. Comentarios que solo atinan a culpar a uno u otro, a unos por abusivos y a otras por incumplimiento de las normas. Pero creo que eso pasa un poco por no entender o reflexionar sobre el fenómeno de la informalidad.
Pero creo que sería bueno por un lado pensar o reflexionar sobre ¿qué es la informalidad? sino el fruto las carencias del Estado, que actualmente tiene consecuencias, el escaso trabajo, falta de oportunidades, cuestiones que ya todos conocemos (por lo menos parte de la red social).
¿Tan malo es vender en la calle?
¿Es tan repudiable crear un pequeño negocio que reconoce una demanda de desayunos para empleados mal pagados o para quien quiera comprar (soy uno de ellos que al pasar por Canaval y Moreira compra pancitos)?
No me siento responsable de la informalidad por consumir estos productos, para mi esta representa una estrategia de supervivencia, o como diría el gran Philippe Bourgois una economía en busca de respeto, cuyo objetivo es alcanzar el "sueño peruano", que nos han vendido tan equivocadamente.
No defiendo la informalidad, pero si se apela a esta como estrategia de supervivencia que los peruanos conocemos muy de cerca, termina siendo válida, sino que tire la primera piedra quien no ha desarrollado algún negocio informal, yo vendí alguna vez silbatos, lave carros (aunque luego me sacaron el ancho), también tuve un negocio de comida delivery en el extranjero, etc. todas estrategias para sobrevivir en un sistema excluyente, porque eres pobre, emigrante, de color “marrón, azul, negro, amarillo”, conense, etc.
No se puede entender la informalidad desde el punto de vista de indisciplina al cumplimiento de las normas, porque las normas están hechas para quien tiene las posibilidades de cumplirlas y para quien las conoce, en ese sentido las normas son excluyentes, ya que para conocerlas implica todo un capital educativo, cultural, social y económico.
Es más las normas jamás estuvieron claras, ni por parte del Estado, para que este pudiera cumplir con los derechos de la ciudadanía (educación, salud, seguridad, igualdad), ni por la ciudadanía.
Obviamente si el órgano regulador de la vida social no la tiene clara, el ciudadano tampoco, por lo tanto en ese vacío, las personas van a transitar con la incertidumbre que no es más que su forma de interpretar las normas (sociales, legales, morales, etc.), de hecho ello lleva a entender el acto informal como un manera autónoma e individual de generarse certidumbre y seguridad ipso facto.
Acompañado a ello existe el derecho al trabajo, y trabajar tiene múltiples aristas, en un contexto donde nadie te contrata sin títulos, ni una profesión clara, dudo que exista alternativa para todas aquellas generaciones que quedaron huérfanas de conocimiento y oportunidades durante los largos años de crisis y violencia que vivió el Perú (y las actuales).
Algunos pudieron salir de ello pero bajo la informalidad y otros la viven actualmente en ese sistema. Pienso que es necesaria la regulación para mantener el orden en el espacio público, pero también es necesario entender la dinámica social económica del espacio público y esas tácticas interesantes que realizan las personas para vivir o sobrevivir excluidas. De hecho el “Espacio Público” no es “espacio” o “lugar” sin el componente humano que por lo general desarrolla diversas relaciones sociales, económicas, culturales, religiosas, etc. Entonces excluir de los “espacios públicos” a los ya excluidos estructuralmente hablando es un acto enteramente violento, peor viniendo del Estado.
La informalidad termina siendo una oportunidad de reconocer nuevas formas laborales y porque no, potenciarlas, ya hay experiencias sobre ello no es nada nuevo, potenciar a estos comerciantes no solo implica mantener el orden, sino generar toda una cadena de valor que dignifica a las personas y rompe con el círculo de la informalidad, que no es más que una máquina auto-productora de certidumbre, aquella negada por el Estado.
Después de todo grandes negocios comenzaron chicos e informales, sino pregunten a todos esos grandes empresarios, cuyos ancestros arrebataron tierras de manera informal a indígenas, campesinos u otros quedando desarraigados, y cuyos descendientes son en gran parte esa masa excluida hoy (bueno me fui al extremo, es la emoción), pero los pequeños negocios suelen comenzar así desde abajo, y solo pueden prosperar si en vez de considerarse un “estorbo”, ”informal”, “ambulante” y todas esas clasificaciones para explicar aquello que está fuera del orden ideal de las cosas, se las incorpora de miles de manera a un circuito social, cultural, ecológico y económico.
Ya esto sucede en muchos distritos de Lima y no existe ningún problema, y creo que en San Isidro también (para el caso de los puestos de golosinas), es un poco decepcionante que para el distrito “Ecológico” (relación hombre-naturaleza en sus múltiples aristas) no se incluya a la persona que más necesidades tiene y que ha logrado identificar con maestría (sin estudios de marketing ni nada) una demanda creciente de comensales transitorios.
Para terminar, ser ecológico no implica necesariamente tener áreas verdes y grandes espacios públicos, esta es la definición más pobre que puede haber, sino por el contrario articular todo aquello que pueda desarrollarse en un espacio y hacerlo conjugar con este mismo, ello incluye identificar los actores que han logrado convertir ese espacio (urbano o natural) en su recurso más importante, y que se han vinculado a el no solo de manera económica (han construido e identificado puntos de mayor demanda, y suele encontrárselos siempre ahí, corridos también frecuentemente por los fiscalizadores), sino social, cultural, gastronómica y de vida (de estos espacios emana su existencia biológica y social, porque les permite acceder a alimentación, pero también con ello poder pagar gastos educativos, salud, entre otros), por lo que los espacios de venta son espacios sociales totales (tomando la definición de Erving Goffman y Marcel Mauss), en ellos se desarrollan múltiples relaciones importantes para la gente que los habita.
Por último y de taquito, así como se hace llamar el distrito más moderno del Perú, la modernidad pasa por articular también nuevos espacios de inclusión y no meramente a regar, tener espacios verdes, buses ecológicos, albergar a los más pudientes ciudadanos del Lima, y tener las más grandes edificaciones comerciales y empresariales.