Los condenados
Breve escrito desde la marginalidad
Las personas que están fuera de esta normalidad o que no se incorporan a las trayectorias aprobadas aunque sea en los mínimos requerimientos, son los anormales, los marginales, los peligrosos, los choros, los incivilizados, los que viven en las zonas oscuras de la sociedad donde todo es permitido y los lazos sociales y civilidad no existen.
Ya hace un tiempo deseaba escribir algo al respecto sobre la marginalidad, especialmente por haberla vivido y vivirla en carne propia igual que muchos ciudadanos de este país. Y quienes somos construidos como población que viven entre la delincuencia, la anomia, privados de algún grado de sociabilidad o lazo social, incluso privados de humanidad.
Mi condición sin embargo de investigador social me lleva a cuestionar este fenómeno que aqueja a la gran mayoría de sociedades modernas. Siendo nativo de un lugar considerado como “marginal” y siendo también sociólogo, me pongo a pensar en la tarea de expresar y denunciar este tipo de actos, y el descontento que genera ello hacia mi persona y hacia el grupo de personas que vivimos (mis amigos, familiares, etc.) en la mal llamada “marginalidad” que por cierto es un grupo social bastante grande en este país.
En lo que va del año he visto casos de discriminación interminablemente, desde el caso de una señora que en un banco se refería despectivamente por su condición fenotípica “la Parada a otro lado…Huaycan”, hasta la intolerancia al LGTB, pasando por el Currículo Educativo, hasta la última derogación del artículo 1 del Decreto Legislativo N° 1323, que obviamente implica el silencio antes los actos discriminativos y de violencia por género y orientación sexual.
Es más puedo decir que en estos últimos meses que vivo en este país he sido discriminado profundamente por la forma en cómo me veo (cabello largo y barba), por cómo me visto, en lo que pienso, por la carrera que estudié, por el lugar donde como, por el lugar en el que vivo, y podría seguir mencionando más actos de discriminación y marginación incluso aquellos que son realizados a otras personas.
La marginación está referida a la construcción social de un “nosotros” ideal, por lo general son los grupos sociales con mayor acceso al consumo y diversos servicios de la sociedad, el que construye un nosotros y los otros (como analizaría Todorov). Para Pierre Bourdieu son estos grupos sociales que elaboran trayectorias simbólicas y sociales (que lugar frecuentar, donde vivir, donde comer, que comer, que ropa vestir, etc.) y que representa lo Foucault llamaría “normalidad”. Las personas que están fuera de esta normalidad o que no se incorporan a las trayectorias aprobadas aunque sea en los mínimos requerimientos, son los anormales, los marginales, los peligrosos, los choros, los incivilizados, los que viven en las zonas oscuras de la sociedad donde todo es permitido y los lazos sociales y civilidad no existen. En otras palabras construimos en nuestras mentalidades algo así como un GPS mental de la vida, de nuestras relaciones sociales, incluso de la misma ciudad.
Aquí les dejo un ejemplo cómico pero bastante didáctico de esto:
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La marginalidad y esa construcción de “normalidad” o de trayectorias sociales simbólicas, vienen acompañados por la construcción de muros, físicos (como el muro que divide Ate y La Molina) e imaginarios (como lugares “exclusivos” en el que se “reservan el derecho de admisión) y cuyo acceso está restringido por la ropa, filiación política, género, dinero, etc. De esa manera los grupos sociales que elaboran estos muros aseguran la permanencia de sus condiciones de vida, evitando que puedan ser socavados por aquellos que están fuera del muro, y cuyas condiciones de vida deben evitar cruzar para ese lado. Para estos grupos sociales todo está bien mientras estos grupos de “marginados” no intenten ingresar, aunque en los últimos veinte años hubo un reconocimiento a los sectores populares y su producción cultural, esta termina siendo banalizada y considerada como exótica para los grandes productores de arte o para la misma sociedad, habiendo solo un reconocimiento de ciertas cuestiones más no del mismo grupo social.
Cualquiera podría refutar esta afirmación, y si bien hemos avanzado en el tema de tolerancia, aún nos falta mucho camino por recorrer, teniendo en cuenta que la discriminación y la marginación aún es un fenómeno latente, que ahora toma otros matices. Tomando como ejemplo a la señora que discriminó en un reconocido banco, como está mal visto decir “cholo/a”, “serrano/a”, la cuestión se transmuta y se dirige hacia los espacios considerados “marginales”, de ello que la persona indique “la Parada” o Huaycan” a modo despectivo, como si esos lugares fueran espacios en el que no existe sociedad, o reglas, donde todo es oscuro y peligroso, incivilizado, en una permanente anomia social. Mentira más grande de la vida chico. En Huaycan por ejemplo existen grandes organizaciones sociales de base, y los lazos de solidaridad son fuertes.
Así mismo, así como se construyen trayectorias “seguras” y prestigiosas, también existen la construcción social de las trayectorias marginales. Citaré un ejemplo para ubicar esta cuestión.
Alguna vez salí con una politóloga de cierta universidad de prestigio a pasear por Lima, ya que dicha señorita solo conocía algunas partes exclusivas de Lima más no el centro de Lima. Al llegar a la Alameda de Chabuca Granda, un comentario me hizo salir fuera del foco de la conversación, y no sé si lo dijo ingenuamente o adrede “¿oye aquí es donde dicen que vienen las empleadas de las casas con su enamorados no?. Por mi cabeza jamás se me había pasado dicha idea, pues para mi en el lugar pasean personas más que “categorías sociales” es más yo había frecuentado dicha alameda muchas veces al igual que muchas personas. Pero aquí ello no es importante, y si pasea una empelada del hogar tampoco tendría que serlo, el modo despectivo que lo dijo nos indica cómo se construyen imaginariamente espacios marginales, se oculta bajo este comentario los espacios que son considerados como subalternos, como si una empleada del hogar fuera algo inferior, cuando es una ciudadana más. Me sucedió lo mismo cuando quería ir a cierto lugar de música vernacular en el centro de Lima, y alguna de mis compañeras de trabajo me indicó “no no voy ahí porque van la empleadas de mis vecinas”, a lo que le pregunté ¿tendría algo de malo?, ¿son las empleadas de tus vecinas otra especie humana que no conozca?, ella solo me respondió que no era algo que debía hacer por el prestigio con el que cuenta (y me lo dijo en serio).
El tono de la marginación o discriminación no descansa, o se está superando en la actualidad, por el contrario a mi parecer se agudiza pero de otras formas.
Sin dejar de referir que es importante seguir denunciando la discriminación por el tono de la piel (los mal llamados marrones como el caso de la universitaria de la UPC), existe según lo mencionado anteriormente la discriminación territorial. Un indicador interesante de respuesta frente a este tipo de discriminación es que los sujetos asumen vivir en otros lugares de mayor prestigio social, y evitar referir su lugar verdadero de residencia. Fenómenos como la “olivinización” de una parte de San Martín de Porras o de Independencia nos indican concretamente esta situación de marginación. Algunas personas con las que he podido conversar durante un tiempo me indican que suena más aceptable referir vivir en “Los Olivos” que San Martín o Independencia, esto debido a que ambos distritos (SMP – Independencia) son considerados por otras personas como lugares peligrosos (SMP: peligro, delincuencia, Independencia: Cerro, peligro, delincuencia). Incluso me recuerda a que alguna vez en mi juventud de quince años, una amiga me llevaba a un taller de teatro y me indicaba no digas que vives en SMP, di que vives en los olivos porque suena más “cool” y aceptable. En ese sentido ¿que es lo “aceptable”?. Sin embargo no ocurre lo mismo con gente que realmente vive en Los Olivos, quienes no asumen otra identidad territorial, no he visto el caso de que alguien diga que viva en SMP siendo de Los Olivos. Este fenómeno estratégico para la aceptación social sin embargo no es exclusivo de esta parte de Lima Norte, he conocido personas que viviendo en Ate indican vivir en La Molina, o que viviendo en San Juan de Miraflores, indican vivir en San Borja. Incluso el fenómeno se extiende dentro del mismo distrito, como sucede en San Juan de Lurigancho, en el que es más aceptable socialmente vivir en Zárate o Las Flores, que vivir en Canto Grande o Montenegro, para mencionar algunos de los casos.
Asimismo, la marginalidad o discriminación no se agota en la territorialidad incluso desafiando a los optimistas y nacionalistas gastronómicos, la marginación y discriminación también se da en la alimentación, cuestión de que pocos quieren hablar o les incomoda ya que nos encontramos viviendo el “boom gastronómico”. Incluso en la misma academia de las ciencias sociales se hacen de la vista gorda. Recuerdo que hace unos años (2009) durante la presentación de la Revista Santo Tabú, describía en un artículo (parte de mi investigación sobre consumo alimentario), las maneras en cómo existía diferenciación, distinción y discriminación por la forma de alimentación en los diferentes sectores de Lima. El expositor invitado indicó que era una posición pesimista y además alejada de lo que venía ocurriendo con la gastronomía, que se posicionaba como un rasgo que podía ser identitario para todos los peruanos. La mentira más larga y decepcionante que escuché por sus tintes idealistas y muy optimistas. No se puede negar que efectivamente todos en la actualidad nos identificamos con la gastronomía peruana, pero esto a nivel ideológico y discursivo, en el nivel práctico no sucede así. Y existen maneras y formas de comer que son consideradas “oficiales” y otras consideradas asquerosas. Existen reglas y ¿Quiénes la determinan?, que sucede cuando las preparaciones o el consumo alimentario se alejan de esas reglas gastronómicas de determinados grupos sociales, pues sí, son considerados en este caso como peligrosas o asquerosas. Contaré uno de los tantos ejemplos al respecto. Hace un tiempo empecé a salir con una chica (profesional de sector medio), en una de las tantas llamadas telefónicas que solíamos hacernos por la mañana, me comentaba haber ido a tomar desayuno a un prestigioso lugar reconocido de San Isidro, yo le indique que me parecía interesante algún día conocer aquel lugar (dado que siempre es bueno probar de todo y en cualquier lugar), ella me preguntó si yo había tomado desayuno y le afirmé que si, y me preguntó en donde, como estaba en una reunión de trabajo le indiqué que en el camino me paré en un puesto de desayuno y me tome una maca con un pan con palta y un relleno. Inmediatamente ella respondió “que asco… ¿cómo puedes comer ahí?”. Mi reacción fue de silencio y una risa irónica (de más está decir que aquello fue la muerte de esa relación social), pero me quedé pensando en el matiz antropológico de aquella reacción y de su pregunta. Su indicador es que el lugar está en la calle por eso es sucio, pero en el trasfondo también alberga y abraza un desprecio por quienes consumen en ese espacio, una característica de categorización de marginación y discriminación, efectivamente había sido discriminado por aquella mujer.
Es decir quienes comen en esos lugares ¿son también sucios, están contaminados?. Esto me recuerda a como los nazis consideraban a los judíos como sucios incluidos sus espacios de alimentación. Las distinciones y marginaciones entonces se aplican en el tema gastronómico no hay lugar a dudas. Comer un ceviche en “La Mar” no es lo mismo que comer en Gambeta o en el “Olímpico”, al igual que comer en un mercado, en una pollada, en la tía de la esquina que vende hamburguesas en su carrito, es más prestigioso, higiénico y aceptado comer en Mc Donalds. Comer también implica una diferenciación, pero también implica distinción, y discriminación cuando no se apega a las reglas “normales” de la sociedad o cuando no se frecuenta ciertos espacios aceptados e “higiénicos”, aquello que no se apega a la regla es antihigiénico, peligroso, sucio, asqueroso.
Recordar que los conceptos de limpieza y suciedad son derivadas de la concepción de orden, entendida como la situación social ideal de un grupo social. Todo aquello que está en su lugar es ordenado, por lo tanto es limpio, “normal”, aquello que está fuera de su lugar es sucio (nos indicaría Mary Douglas) y debe de ser corregido inmediatamente (o excluido).
En conclusión y con el hígado en la mano, aún en el Perú seguimos encontrando maneras distintas de diferenciarnos pero a costa de marginarnos. No está mal que las personas o grupos sociales sean diferentes, lo que está mal es la carga de marginación y discriminación a la que son sometidos diversos grupos sociales y las personas por ser diferentes. Esto nos indica un alto grado de existencia de intolerancia, una no aceptación de otro distinto en el supuesto país de “Todas las Sangres”, y que se vende como diverso y armónico, sin conflictividad y que celebra una gastronomía que representa idealmente el self peruano.
Esto me lleva a concluir que pese al desarrollo económico, y “boom” gastronómico y reputación del Perú en el ámbito internacional (todos mis amigos extranjeros creen que el Perú está mejor que otros países latinoamericanos), estamos aún en el paleozoico en cuanto al respeto de las diferencias, aún persiste esa mentalidad imperativa, unilateral, coactiva, marginadora, discriminadora; cuestión que tiene impacto en las relaciones sociales y en el autoestima colectivo de las personas y grupos sociales, que terminan en algunos casos asumiendo la marginación y la discriminación, como aquella comunidad imaginaria de Winston Parva analizada por Norbert Elías (Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados en: La civilización de los padres y otros ensayos – Norbet Elías), donde los marginados (grupo de residentes nuevos en la comunidad) pese a que no tenían ninguna diferencia con el grupo de establecidos (grupo de residentes antiguos en la comunidad) empezaron a asumir y creerse la marginación al punto de degradarse a sí mismos.