"me deje llevar por la creencia del rumor, me abandoné a los brazos de una hiperrealidad sensible, que se inscribía en mis emociones como realidad”
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A lo Barthes he deseado incorporar una determinada experiencia en mi persona (no mencionaré la experiencia por ser algo que deseo guardar profundamente como la primera emoción trascendental que he podido tener en mi corta y tortuosa vida, y espero me perdonen la forma de escribir, he tratado de no ser tan sistemático, sino que fluya todo lo que puedo pensar y sentir en este momento, de ahí que este escrito no tenga carácter científico ni tampoco poético estrictamente, sino quizá aproximarse a una conjunción literaria de ambos) para sentir en carne viva y propia los avatares que tanto objetivamos, sentir como ciertas emociones nos carcomen, nos entusiasman, la analogía que pretendo dilucidar es en torno no a la fotografía como relataría Barthes en la Cámara Lúcida, sino en torno a esa fotografía discursiva llamada "Rumor", generada de ciertas creencias como los sueños, las miradas de personas adultas (miradas que en el imaginario popular tienen cierta validez por la experiencia o su recorrido de vida), aquella que al escucharla procura somáticamente cambiar nuestro ser, volcarlo en una desesperante y agonística tristeza o felicidad.

Por lo que frente a cierto rumor, procurando de experiencias particulares (sueños, creencias de las abuelas, mitos, etc) de terceras personas frente a un hecho que me sucedía, deje de racional y evitar explicarme a mí mismo (a pesar de que la voz de la ciencia social como refería Barthes, me aturdía) algunos fenómenos y me deje llevar por la creencia del rumor, me abandoné a los brazos de una hiperrealidad sensible, que se inscribía en mis emociones como realidad tomando la definición de Braudillard.

Escuchar un rumor de otros hacia otros, o entre otras personas, nos implica a algunos sociólogos elaborar ciertas explicaciones derivadas de la interpretación de algunos fenómenos sociales parecidos, pero nunca nos lleva a entender sincera y profundamente lo que puede sentir alguien, ese otro que objetivamos (siempre el sociólogo trata de mirar objetivamente, a distancia, esa lejanía nos limita el sentir subyacente en algunas circunstancias de los sujetos estudiados), de ahí que si nos preguntan sobre algún rumor nosotros los cientistas apelemos simplemente a catalogar "que no tiene rigor científico" y explicar tranquila y categóricamente dicho fenómeno. Pero luego en nuestra soledad (me refiero en mi caso personal, y no sé si a otros le sucede los mismo), aún seguimos preguntándonos porque a pesar de dicha objeción y explciación ante la pregunta, el sujeto sigue pensando lo mismo (a pesar de iluminarlos con retórica sociológica están empecinados en seguir creyendo), que el rumor tenga validez, por lo menos hasta que aparezca un compensador específico (aquello palpable e inmediato que la religión ofrece como reafirmaría Alejandro Frigerio en sus estudios sobre la religión, pero aquí tomado en el sentido inverso como algo que la ciencia ofrece para descartar una creencia, o podríamos llamar también un mecanismo de secularización inmediato) que lo desnaturalice, en este caso alguna prueba empírica o científica que apele que ese rumor o creencia sea solo un rumor y se desvanezca en la persona por su invalidez.

Pero lo interesante de lo que genera este rumor, es no solo la creencia en él sino la expectativa que puede causar, hasta creer que puede ser verdad casi a un 90%, como me sucedió personalmente al escuchar ese rumor. La movilización de mi ser frente a un rumor me llevo a sentir una especie de angustia insospechada, nunca antes vivida, nervios, todo aquello; en términos de Barthes, sentí una aventura, que al fin y al cabo no podía explicármela, solo la sentía, me abandone a la ilusión de dicho rumor, a la desesperación que puede causar, esa angustia que ni mil cigarrillos pueden calmar (aunque dudo que el cigarro te tranquilice).

Aquellas emociones no distinguidas, esa morfogénesis entre instinto, fe, razón (hibridez conceptual lo llamaría Marisol de La Cadena), esas que te hacen imaginar trayectorias, elaborar utopías, cambiar radicalmente, pensar, las que no te dejan estudiar, ni leer, las que levantan en la noche, o te sumergen en el insomnio, aquellas que te posicionan entre la vida y la muerte; son aquellas que el razonar estadístico, etnográfico, psicoanalítico nunca podrán dilucidar bajo su marcos cuadriculados, categóricos, por lo que difícilmente podrá entender, cuanta de la infinita ilusión y emocionalidad pueda irradiar de un ser humano frente a algo como la fotografía de Barthes o el rumor en mi propio caso, aquello que lo moviliza, que le permite hacer cosas impresionantes, trascendentes, suicidas.

La emocionalidad o la aventura que viví estos dos últimos días producto de este rumor frente a una determinada circunstancia, ha terminado esta noche, y sinceramente siento cierta desazón, desilusión, contrariedad, ambigüedad, pero también cierto encanto de haber vivido una sensación tan hermosa, agobiante, desesperante, así la utopía se hubiera desvanecido. Todo esto producto, de cuanto pude haber creído en aquel rumor, y es que las personas de a pie, esos que caminamos bajo el telón gris de cualquier ciudad, normalmente nos suceden cosas así, incluso los mismos cientistas estamos expuestos a aquello, unos más que otros, pero en ocasiones tratamos de opacar nuestro sentir, nuestra ilusión con el pesimismo científico de la objetividad.

Finalmente quiero recalcar, que a pesar que los rumores sean malos o sean buenos (descartemos esta dicotomía estúpida) nunca podrán ser explicados objetivamente, ya que no pueden haber palabras para explicar "las mariposas en el estómago", o "el nudo en la garganta", "o la desesperación", o la “ansiedad”, “la excitación”. Más allá de su explicación fisiológica, lo que uno puede sentir en términos carnales y por más que trate de expresarlo en este escrito jamás podrá decirlo, ni versarlo, ni cantarlo, ni susurrarlo, porque quedará en cada uno aquella emoción esporádica descategorizada e híbrida de belleza/fealdad, miedo/valentía, bueno/malo, etc., de que al fin y al cabo nos genera una especie de placer en términos de Foucault. Y que románticamente puedo pensar y sentir que a pesar de tanta razón y conocimiento aprendido, no es suficiente para opacar tanta emoción sentida y corporeizada, expresada en lo ideal, en lo utópico, en la creencia (el rumor solo es el pretexto para repensar que lo humano es la conjunción entre el desequilibrio y equilibrio mental y emocional, descategtorizado de toda clasificación racional). Y que esta es la razón para muchos de seguir creyendo románticamente en los ideales de amor, trascendencia, en la vida después de la muerte, el paraíso, la familia, la soledad, Dios, el triunfo y finalmente una sociedad mejor. De ahí la libertad de sentir, ya que somos libres en ese espacio nuestro que llamamos emocionalidad, la cual escapa a cualquier atadura racional y física, y de determinismo social, aunque en algunos momentos nos volvamos esclavos de nuestra propia emocionalidad.